LA MAGNOLIA
El único ser vivo que se mantiene en pie el Lecároz después de más de 125 años es un magnolio plantado a finales de 1891 en el patio interior de la parte derecha del colegio, que ahora se ha quedado huérfano de toda protección. El magnolio -árbol que se da principalmente en el continente americano y en el sur de Asia- debe su nombre al naturalista y científico sueco Carlos Linneo y reconoce el trabajo que el doctor francés Pierre Magnol hizo en favor de la botánica en los siglos XVII y XVIII.
Nuestra magnolia lecarocensis (en la factura no es posible descifrar -por lo intrincado de la letra del escribiente- a qué especie de las magnoliáceas pertenece; de ahí que haya sido bautizado al libre albedrío) llegó al colegio desde Bilbao. La compró el padre Llevaneras nada más iniciarse el primer curso al perito agrícola y horticultor Juan Cruz de Eguileor por seis pesetas y cincuenta céntimos, junto a una lagerstroemia, un laurel, un pittosporum, un aligustre…
En total, arbustos de flor incluidos, el colegio gastó
veintiocho pesetas y cincuenta céntimos que pagó
sesenta días después, según la factura original.
De todos ellos solo se conserva el magnolio o magnolia,
que escapó a las máquinas excavadoras que aparecieron
por Lecároz para demoler el colegio a finales del
año 2009.
Ha sobrevivido a riadas, nevadas, una guerra que duró
tres años y muchos muertos, un incendio,
un derribo, al paso de más de 12.000 personas.
Lo ha sobrevivido a todo y ahora está en un lateral
del edificio de lo que fue iglesia del colegio -donde fue
originalmente plantada- pero sin la protección que tuvo
antaño de los muros de otros edificios derruidos,
necesitada, además, de una poda selectiva y de otros
cuidados.
Una placa colocada en su base recuerda que está allí desde hace más de ciento veinticinco años.
No es el olmo viejo, hendido por el rayo y en su mitad podrido, que escribiera Antonio Machado en su poema “A un olmo seco”, y tampoco cabe esperar que un leñador lo tronche porque, centenaria y con achaques, todavía se mantiene en pie, aunque mutilada.
Decía Machado en 1912 sobre su olmo:
Mi corazón espera también,
hacia la luz y hacia la vida,
otro milagro de la primavera.
Nuestra magnolia, como todas las de su género, es de crecimiento lento, centenaria y florece a finales de primavera o principios de verano, aunque de manera efímera. Y como Machado escribió al tiempo mundano, también este árbol, esta magnolia, último vestigio de lo que fue un colegio eximio, podría decir:
Dice la monotonía del agua clara al caer: un día es como otro día, hoy es lo mismo que ayer.
Han pasado ya más de 125 años y es el único ser vivo del colegio de Lecároz que todavía permanece en su sitio , como si, parafraseando al eterno Machado, fuera igual siglo y cuarto ya pasado que el día de ayer.



